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En la red o fuera de ella: nuevas alternativas en la electrificación rural


ODÓN DE BUEN RODRÍGUEZ*

En la búsqueda del mejor aprovechamiento de los recursos públicos para llevarle el servicio eléctrico a los cerca de 5 millones de mexicanos que todavía no lo tienen, se debe buscar la forma en la que, como en su momento se hizo en muchos puntos del país, se aprovechen las fuentes locales –renovables– de energía.

En México, la nacionalización de la industria eléctrica en 1960 facilitó el llevar electricidad a los pobres de las ciudades, en aquellos años en los que las migraciones a la Ciudad de México eran un fenómeno monumental y las conexiones ilegales brotaban como telarañas en asentamientos irregulares de los barrios de la periferia.

Como resultado, durante más de dos décadas se regularizaron millones de conexiones ilegales conectadas a las redes de las empresas eléctricas. Un ejemplo —y un momento muy importante de ese proceso— fue Ciudad Nezahualcoyótl, que ya contaba con un millón de habitantes cuando se le integra formalmente a la red en los primeros años de los setentas, lo cual se logra aplicando una estrategia integral y diferenciada de lo que se hacía en fraccionamientos nuevos (como lo fue Ciudad Satélite).

Ese modelo de electrificación —que tuvo en paralelo la unificación de la frecuencia y el establecimiento de lo que es hoy el llamado Sistema Eléctrico Nacional— se repitió una y otra vez en otras ciudades del país con lo que, hoy día, salvo algunos casos aislados y de menor escala, la gran mayoría de los barrios urbanos tienen servicio a través de un contrato formal con la empresa eléctrica, ya sea Luz y Fuerza del Centro o la Comisión Federal de Electricidad (CFE).

De los grandes centros urbanos —que, por su densidad, son relativamente fáciles de electrificar— las redes eléctricas se extendieron a los pueblos más grandes en zonas rurales. Cabe anotar aquí que para entonces muchas comunidades tenían algún nivel de abastecimiento eléctrico a través de pequeños sistemas autónomos —utilizados para alguna actividad económica local que requería de la electricidad— que operaban con caídas de agua o con pequeños generadores movidos por máquinas de combustión interna.

Aunque esta parte de la historia del sector eléctrico mexicano está poco documentada, hay muchas evidencias —en particular en zonas montañosas de Veracruz, Puebla y Chiapas— de la existencia de esas plantas y de que, precisamente, el proceso de acceso a la red de sus usuarios las fue “matando”, aún y cuando sus costos de operación hubieran sido competitivos.

De los pueblos grandes el esfuerzo de electrificación pasó a los pueblos pequeños, aquellos con unos cuantos cientos de habitantes y más distantes de la red eléctrica. Estos son —prácticamente— donde se ubican las comunidades indígenas de México y este proceso, hacia finales de los ochenta, coincide con un claro límite económico a la extensión de la red, por lo que empiezan a considerarse otras alternativas para llevar la electricidad a las comunidades.

Fue precisamente hacia esos años, en la administración de Carlos Salinas, que una parte de la electrificación rural se realiza con sistemas fotovoltaicos autónomos, esto aprovechando la experiencia de cerca de veinte años en la electrificación de telesecundarias rurales —en la que se utilizaron equipos manufacturados en el país por el Centro de Investigación Avanzada (Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional— y a que éstos sistemas eran una opción más económica que la extensión de la red a esas comunidades muy alejadas. Este fue un programa muy ambicioso y novedoso que tuvo, sin embargo, un éxito transitorio ya que no fue sustentable en el mediano y largo plazo. En particular —y ésta es una lección clara de estas y otras experiencias similares de programas de introducción de tecnología en zonas pobres y aisladas— el programa no incluyó en su diseño un sistema de soporte para proveer del necesariomantenimiento y refacciones, además de que los sistemas se regalaron —sin romper con la cultura asistencial del gobierno— y el programa sólo se orientó a llevar luz a los hogares (sin ser parte de proyectos integrales de desarrollo económico local).

Hacia mediados de los noventa hay un cambio importante en los procesos que resultan en la electrificación. En este caso, el avance de la descentralización modifica el procedimiento de asignación de recursos para la actividad. Fue en 1995 cuando, por el nivel de electrificación alcanzado y, como referimos, la descentralización de la administración pública, que los recursos para electrificación rural, que antes eran asignados directamente a las empresas eléctricas —las cuales realizaban las obras con ese presupuesto— son puestos en manos de los gobiernos estatales y municipales.

Este avance en la descentralización representó, sin embargo, un retroceso en el proceso de electrificación ya que ésos recursos no estaban etiquetados y muchos de éstos fueron aprovechados para otro propósito. Igualmente, el bajo nivel de desarrollo profesional de las administraciones municipales en las zonas más pobres del país —que es donde se tienen los más bajos niveles de electrificación— los llevó a seguir dependiendo de los servicios de la CFE para que les extendiera la red, sin siquiera considerar otras alternativas de menor costo (como las que representan las que aprovechan energía renovable).

El hecho es que hoy en día la extensión de la red a las comunidades rurales es la alternativa dominante para llevar electricidad a comunidades alejadas de la red aún y cuando ya no es la opción más económica y tampoco la que asegura el mejor servicio. El que se extienda la red a largas distancias en voltajes bajos hace que la calidad de la electricidad termine siendo mala (porque el voltaje tiende a hacerse inestable a medida que se alargan las distancias), además de que no se aprovechan recursos energéticos renovables locales (sol, viento, caídas de agua y biomasa) que pueden representar una opción más económica.

Por lo mismo, en la búsqueda del mejor aprovechamiento de los recursos públicos para llevarle electricidad a los cerca de 5 millones de mexicanos que todavía no tienen el servicio, corresponde buscar la forma en la que, como en su momento se hizo en muchos puntos del país, se aprovechen las fuentes locales (renovables) de energía. De esta manera, además de estarse aprovechando la alternativa más económica se puede mejorar la calidad de la electricidad que reciben las comunidades más lejanas, además de que se aprovechan recursos renovables y se desarrolla un mercado de equipos y servicios que puede generar muchos empleos.

Esto requerirá, por supuesto, mejorar, por un lado, la disponibilidad y calidad de información sobre los recursos energéticos renovables y, por otro, reforzar capacidades técnicas y construir redes comerciales que permitan diseñar, construir, operar y mantener esas nuevas instalaciones con la mayor calidad y el menor costo. Aquí es muy recomendable que los gobiernos de los estados se involucren más activamente, tomando en sus manos la iniciativa que a la fecha se mantiene en manos del gobierno federal a través de la CFE.

* Es ingeniero mecánico-electricista por la UNAM y maestro en energía y recursos por la Universidad de Berkeley, California. Fue responsable de la dirección general de la Comisión Nacional para el Ahorro de Energía (Conae) de 1995 a 2003. Actualmente es presidente de Energía, Tecnología y Educación, ENTE SC, y dirige el proyecto Transición Energética. Vea su sitio de internet en www.funtener.org