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Energía a debate, Septiembre-Octubre 2008

Energía, comercio y ambiente: nuevas tendencias globales

 

El sector energético se verá modelado por las interacciones entre las regulaciones ambientales, los avances tecnológicos, los patrones de inversión de las compañías y por el papel de las instituciones financieras.

 

Ángel de la Vega Navarro*

 

Cuando se piensa en los mercados energéticos, el petróleo viene inmediatamente a la mente, tomando en cuenta su presencia como commodity global, sus connotaciones estratégicas, la distribución geográfica de sus reservas y su lugar en las relaciones económicas internacionales. El petróleo – más precisamente los hidrocarburos, petróleo y gas – es de hecho la mercancía más importante en el comercio internacional, tanto en términos de volumen como de valor. El comercio energético internacional, sin embargo, no puede ya limitarse al petróleo o a otros combustibles fósiles: nuevas fuentes de energía, tecnologías y servicios energéticos están cada vez más presentes en los intercambios internacionales y han surgido también nuevos mercados, relacionados con la energía y el medio ambiente. Las normas internacionales para el mercado energético deberían, en consecuencia, cubrir temáticas más complejas, sobre todo cuando se expresan preocupaciones por el creciente consumo de combustibles fósiles, los impactos ambientales, la intervención de nuevos actores especialmente financieros, las temáticas relacionadas con la seguridad energética y la necesidad de una transición.

Después de presentar algunos elementos acerca del contexto actual, en particular relacionados con un resurgimiento del proteccionismo energético, se abordarán brevemente el tema de la integración del petróleo en el proceso multilateral de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y el de la emergencia de nuevos mercados relacionados con la energía y sus impactos ambientales.

 

Libre comercio y resurgimiento del proteccionismo energético

Desde la mitad de los años 1980 se dio una proliferación de acuerdos de libre comercio, bilaterales o regionales, considerados como los mejores motores de la integración, a la vanguardia de los acuerdos multilaterales. Ahora se señala que son inconsistentes unos con otros y contradictorios con iniciativas multilaterales. Se da también un resurgimiento del proteccionismo, en ocasiones articulado en torno a bloques comerciales existentes. ¿La actual crisis impulsará aún más ese movimiento? Evidencias recientes sugieren el crecimiento del comercio intra-regional con efectos negativos para países que no pertenecen a esos bloques.

En Europa, se dan casos en que se promueve el proteccionismo como un medio legítimo para defender industrias y mercados vitales. Si el patriotismo económico –se dice– se convierte en la regla, que por lo menos sea europeo, no de cada país por separado. En los países del Tratado de Libre Comercio en América del Norte (TLCAN), organizaciones de la sociedad civil dudan que un comercio más abierto esté directamente relacionado con bienestar creciente, crecimiento económico y creación de empleos. ¿Se está orientando el mundo en una dirección contraria al libre comercio? Como la historia demuestra, las tendencias favorables al libre comercio y a la globalización pueden ser revertidas.

¿Qué pasa en materia energética? En Europa, no existe consenso aún en dejar al mercado la plena responsabilidad por la seguridad del abastecimiento energético. Con la excepción de Gran Bretaña, prevalecen los mercados públicos administrados, dominados por grandes empresas nacionales o débilmente interconectados; precios regulados impiden la entrada de nuevos actores, a pesar de las directivas a favor de la liberalización de la electricidad (1996) y del gas (1998); el acceso a gasoductos es libre, pero muchas veces las empresas sólo aceptan transportar gas para sus clientes.

En América del Norte, Estados Unidos presiona regularmente a favor de una “política energética continental” que impulse un movimiento libre de bienes y servicios energéticos y un acceso abierto a los recursos. Esto implica la remoción de obstáculos en exploración, producción y transporte; apoyo a las empresas privadas; establecimiento de marcos institucionales favorables; seguridad del abastecimiento energético a través del mercado, la cooperación política u otros medios. Los designios de ese país, sin embargo, enfrentan diferentes restricciones. Cierto es que el comercio energético entre Estados Unidos y Canadá está orientado por el mercado y por estrategias de compañías privadas y, también, que existen infraestructuras interconectadas que han creado una simbiosis energética entre los dos países.

Sin embargo, existe actualmente la percepción de que Canadá, desde el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, reforzado posteriormente por el TLCAN, no dispone de un marco legal coherente para su seguridad energética. Ese país no puede, por ejemplo, reducir sus exportaciones para dar prioridad a sus necesidades internas. También se manifiestan ahora preocupaciones relacionadas con las reservas, de gas natural en particular, y con el predominio de las inversiones de Estados Unidos en el sector energético. El anterior embajador de Canadá en México resumió así esa situación: “integrar el libre cambio en el sector energético es una cuestión muy delicada”(1).

En América del Sur, las concepciones liberales acerca de una integración comercial y financiera han cedido el lugar progresivamente a proyectos liderados por los Estados: nacionalismo económico, integración voluntarista, relaciones sur-sur. El Estado mismo está regresando al sector energético, proceso que está tomando diferentes formas: «reforma de las reformas», controles de precios, revisión de los regímenes fiscales, de los contratos y del arreglo de conflictos a través de instituciones internacionales.

Términos nuevos aparecen en el plano internacional que intentan reflejar el nuevo contexto, relacionado en particular con los países exportadores de petróleo: “nacionalismo de los recursos”, “plena soberanía petrolera”, etc. Sería exagerado, sin embargo, afirmar que el poder económico internacional está cambiando en favor de los países ricos en recursos. Desde los shocks de los setenta, los países desarrollados están mejor preparados para enfrentar situaciones críticas: controlan el conocimiento, las tecnologías y los equipos energéticos; los mercados de productos y servicios energéticos; las principales instituciones bancarias y financieras, etc.

 

Petróleo, OPEP y OMC

En el intercambio petrolero internacional prevalecen actualmente “precios relacionados con el mercado” (R. Mabro(2)). Intervienen, sin embargo, nuevos actores, muchos de ellos especulativos: instituciones financieras con conocimientos y estrategias sofisticadas, compañías petroleras que obtienen ganancias enormes con sus actividades de  trading. Los movimientos en los mercados de futuros, poco relacionados muchas veces con flujos físicos, causan perturbaciones económicas graves.

Según algunos, los problemas se resolverían si se desarrolla un mercado plenamente competitivo, el cual determinará precios adecuados y dirigirá la inversión hacia energías no fósiles, reducirá las costosas reservas estratégicas y la volatilidad de los precios. Un mercado de ese tipo exigirá necesariamente la desaparición de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), puesto que esta organización opera con base en principios diferentes a los del libre comercio. No se trata de una hipótesis teórica: la declaración de Doha inscribió en la agenda de negociaciones el desmantelamiento de los cárteles internacionales. Asimismo, el proyecto para revisar las restricciones cuantitativas al comercio tiene como blanco principal las cuotas de la OPEP.

Existen claras contradicciones entre la OMC y la OPEP. Sin embargo, se reconoce generalmente que la OPEP tiene un papel crucial en la regulación del abastecimiento y de los precios y que la OMC es el centro de gravedad del comercio multilateral. Ahora bien, los acuerdos multilaterales se han enfocado hasta ahora en los productos manufacturados. La integración del petróleo en el sistema de comercio multilateral, a pesar de su importancia crucial, y el establecimiento de una interfase entre la OPEP y la OMC nunca han sido considerados seriamente. No es seguro que se pudiera dar un consenso para ello.

En principio, las normas de la OMC se aplican por igual a los productos energéticos. Sin embargo, su objetivo principal son las barreras a las importaciones, mientras que las restricciones al comercio petrolero consisten sobre todo en barreras a las exportaciones, por parte sobre todo de los países exportadores. Estos países consideran que la energía es un importante factor de desarrollo y, en ese sentido, las acciones de la OPEP consisten a menudo en restricciones cuantitativas con el objeto de optimizar los ingresos provenientes de la exportación de sus recursos naturales y contribuir también a la determinación de precios adecuados y estables. A la OMC le preocupan igualmente las prácticas duales en la fijación de precios, los subsidios que de ellas resultan, las modalidades de las compras gubernamentales y los impuestos a la exportación. La OPEP por su parte se preocupa por los elevados impuestos internos y por los apoyos a energías renovables en los países consumidores. También le interesa el acceso a los mercados de productos y servicios energéticos de los miembros de la OMC.

Sin olvidar las diferencias, la OPEP y la OMC están de acuerdo en la importancia de las inversiones para expandir las capacidades de producción y las infraestructuras de transporte. Los países productores enfrentan, sin embargo, determinadas prohibiciones, por ejemplo para imponer la compra de cierto monto de productos de origen nacional o que condicionen las importaciones a un determinado monto de exportaciones de petróleo. Por otro lado, la OPEP apoya “a fair agreement” que reconozca los derechos de los propietarios a un justo precio de sus recursos no renovables y, al mismo tiempo, el derecho de los consumidores a un aprovisionamiento petrolero a precios razonables.

Llegar a acuerdos es importante: según la Agencia Internacional de Energía (AIE), la demanda global de petróleo pasará de 85 millones b/d a 116 mb/d hacia 2030. La OPEP tiene reservas para contribuir a esa demanda, pero los países consumidores deberán negociar términos y condiciones, precios, inversiones, impuestos a los productos petroleros, etc.

 

Energías renovables y ambiente: nuevos temas comerciales

Mejorar el abastecimiento petrolero es crucial, sobre todo cuando se generalizan nuevas percepciones respecto a los límites físicos (depletion, peak oil, ….). Esto lleva a importantes actores a tomar acciones para asegurar el acceso a los recursos energéticos, una situación que puede agravar los conflictos geopolíticos. En este contexto se menciona generalmente a China, aunque el consumo de petróleo de Estados Unidos y Europa se ha incrementado anualmente en las dos últimas décadas. Están claras las implicaciones del incremento posible de la demanda global de energía, marcado aún por varias décadas por las energías fósiles: alza de precios, elevados requerimientos de inversión, contaminación, seguridad energética.

No se han investigado suficientemente las interacciones entre energía, comercio internacional y medio ambiente. ¿Qué papel puede desempeñar el sistema multilateral de comercio en la lucha contra el calentamiento global? Esta es una cuestión decisiva ya que los combustibles fósiles son, al mismo tiempo, la principal fuente de energía y de los gases de efecto invernadero. Algunos gobiernos, ante el compromiso de reducir las emisiones están tomando acciones que pueden ser contrarias a las normas del comercio relacionadas con el proceso de la OMC, por ejemplo subsidios, “impuestos verdes”, nuevas normas y estándares energéticos. 

Se pretende ahora también reducir los impactos ambientales a través de un  nuevo mercado que funcione en el nivel global: el del carbono (emissions trading and trading in project-based credits). De hecho, el Protocolo de Kyoto se propone un objetivo ambicioso: administrar bienes públicos ambientales a través de mecanismos de mercado y nuevos derechos de propiedad. Es interesante observar que este enfoque empezó en Estados Unidos, en donde gobiernos, académicos, militantes ambientalistas, agencias de la ONU y compañías trabajaron conjuntamente para desarrollar un enfoque de mercado dirigido a la mitigación del cambio climático.

Una lección de esta experiencia es que la organización de un mercado requiere la intervención del Estado y de múltiples actores, así como diferentes medidas en diferentes niveles. Este es un posible camino para superar el debate sobre la oposición entre las medidas de regulación y control y los instrumentos de mercado. Los mercados no son una construcción económica, sino sobre todo una construcción social. El Esquema de Comercio de Emisiones (ETS por sus siglas en inglés) de la Unión Europea (2005) es un buen ejemplo: fue instaurado con el apoyo de organizaciones no gubernamentales.

En relación con las opciones energético-ambientales también se puede mencionar a los biocombustibles. Estados Unidos está apoyando su producción como una vía para reducir la dependencia petrolera, pero también para promover el desarrollo agrícola en determinados estados. Brasil está surgiendo en el mercado mundial como el más importante productor con las condiciones más favorables y considera que el proteccionismo es inaceptable en el caso de los combustibles renovables y pugna a favor de un mercado internacional libre para los biocombustibles. Está en contra, en particular, de los impuestos a las importaciones, de los aranceles y subsidios como los de Estados Unidos para el maíz y favorece que se ponga al etanol en la lista de bienes ambientales para, de esa manera, beneficiarse de importaciones libre de impuestos de los países consumidores. En esa perspectiva, los productores brasileños consideran que las políticas para impulsar la demanda no pueden ser asimiladas a los subsidios, sino que son necesarias para la creación de un nuevo mercado global, indispensable para una transición energético-ambiental que se aleje de los combustibles fósiles. 

 

Consideraciones finales

Los intercambios energéticos tienen implicaciones políticas y geopolíticas más allá de la construcción de espacios económicos para las transacciones. Algunos países e incluso organismos internacionales buscan márgenes de maniobra para definir, por ejemplo, las normas dentro de las cuales se realicen las actividades de los mercados. Algunos van más allá e implementan medidas proteccionistas. En el plano internacional algunos Estados son más poderosos que otros y pueden hacer que los mercados funcionen en su beneficio. Estados Unidos, por ejemplo, considera que la energía es esencial para su seguridad energética y con ese prisma evalúa cualquier iniciativa energético-ambiental relacionada con los intercambios energéticos.

Más que cualquier otro, el sector energético se verá modelado por las interacciones entre las regulaciones ambientales, los avances tecnológicos, los patrones de inversión de las compañías y por el papel de las instituciones financieras. Los países exportadores de petróleo deben estar atentos al hecho de que preocupaciones relacionadas con el cambio climático influenciarán el comercio energético y las estrategias de importantes actores. Más que resistir o ser dejados de lado en ese proceso, deben convertirse en socios activos y constructivos, participar en el debate e intentar influenciar la formulación de políticas y su implementación en el plano internacional. México puede tener un papel importante en esa perspectiva.

 

Pies de nota:
(1) Notas de Gaëtan Lavertu, embajador de Canadá en México, sobre “La integración energética en América del Norte”, México, 21 de enero del 2004.
(2) “Robert Mabro questions the suitability of the current oil price regime”, Oxford Energy Forum, issue 68, February 2007.

 

*Profesor/investigador del Postgrado de Economía (Facultad de Economía) de la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigadores (adelaveg@servidor.unam.mx)



Energía a Debate es una revista bimestral de análisis y opinión de temas energéticos,
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