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Evo y la política energética

El presidente de Bolivia sabe más que la oposición mexicana sobre qué se debe hacer con la renta obtenida de los hidrocarburos.

EDUARDO ANDRADE ITURRIBARRÍA*

Evo Morales "no quiere patrones, sino socios". Y tenemos que sentirnos francamente sorprendidos de que el presidente de Bolivia –sobre cuya cabeza penden acusaciones o declaraciones sobre la virulencia de su radicalismo, su profundo y antiguo pensamiento de izquierda y cuantas otros podamos haber leído– hace un llamado para asociarse con las petroleras internacionales. Mientras esto sucede en Bolivia, en México nuestra oposición se niega precisamente a esto para las aguas profundas del Golfo de México.

Qué retrasados estamos en ideas y proyectos, cuando Evo Morales, sin estudios ni roce con las izquierdas europeas ni con el resto del extranjero, puede ver mejor la realidad del mundo y del sector energético en particular que nuestra muy ridícula clase política opositora. En qué etapa de la prehistoria están, qué idea de Estado y de relaciones con la industria representan. ¿No es ridículo que hasta el tan satirizado y satanizado Evo Morales pueda ser un ejemplo de modernidad para nuestro México?

Alegarán que Bolivia no tiene una empresa petrolera como Petróleos Mexicanos (Pemex), pero ahí también yerran en el discurso porque el discurso boliviano es la apropiación de la renta de los hidrocarburos para el Estado y no necesariamente en el discurso de la propiedad de los activos de producción. México, después de todo, no expropió equipos de producción de última generación o de desarrollada tecnología en 1938, más bien al contrario. La historia de la Expropiación Petrolera mexicana tiene valor como la repatriación del subsuelo y la capacidad de operación que se desarrolló por los técnicos nacionales de aquel entonces más que de los activos para producirlos.

En Bolivia, los equipos para producir el gas natural son la parte más sencilla de la ecuación productiva de hidrocarburos. Las plantas procesadoras y, en particular, los ductos para transportar el gas natural son el verdadero quid del asunto. Dada la falta de industrialización del país, el gas natural boliviano tendrá como objetivo casi total ser exportado a otras partes del mundo; por las diferencias con Chile la salida de los nuevos yacimientos de gas requeriría ser Perú, con un sobrecosto de más de 700 millones de dólares sobre la opción más corta por territorio chileno. El costo del ducto podría rebasar los 1,500 millones de dólares por lo que el netback para el valor de la molécula en el yacimiento podría ser devorado por la pura infraestructura para ponerlo a disposición de los mercados internacionales de gas natural.

Esta consideración tiene sentido para indicar que no solamente la consideración técnica es una limitante para el nuevo entorno boliviano sino la indispensable necesidad de recursos financieros, muchos y nuevos. Tal como sería el caso mexicano en actividades como la producción en aguas profundas.

Desafortunadamente, las discusiones en México versan sobre la propiedad de los activos de producción primero que nada y, posteriormente, en argumentaciones sobre si Pemex tiene o no la capacidad técnica para esas actividades. En realidad, la única entidad calificada para tener una opinión seria sobre el tema es el mismo Pemex y no los que somos externos a él. Las discusiones de todos los que somos externos a la empresa o a la Secretaría de Energía respecto a este asunto adquieren el tono, la calidad y la validez de aficionados discutiendo sobre un encuentro deportivo o una corrida de toros: mucha emoción y poco conocimiento real.

La respuesta sobre si Pemex puede o no puede, técnica y económicamente, sólo la puede dar Pemex, pero aun así ése es el menor de los dilemas. El principal, y cuya respuesta parece obvia tanto para Bolivia como para México, es si debemos producir más petróleo o si ya no debemos aumentar la plataforma de producción de petróleo y para qué hacerlo.

Esa es una pregunta que no corresponde a Pemex como empresa sino al país. El petróleo que produzcamos en exceso a lo que producimos ahora es parte del bienestar que pertenece si no a generaciones futuras, término muy político y hasta poético, si pertenece a los años por venir del país, término más pragmático y tangible.

Si producimos más petróleo obviamente habrá más dinero, la pregunta es si sabemos qué hacer con ese dinero para que signifique más bienestar para el país: ¿Servirá para aumentar el gasto corriente gubernamental?¿Para que el Sistema de Administración Tributaria no requiera aumentar la base de contribuyentes? ¿O para prepagar deuda gubernamental?

Si no es para desperdiciarlo en burocracia o para pagar pecados del pasado, entonces la pregunta subsiste: ¿qué haríamos para que la renta producto del petróleo incida de la mejor manera en mejorar las condiciones de vida actuales y futuras del país?

Inversión en infraestructura productiva o en educación son estrategias ya esbozadas por Jorge Chávez Presa, Jorge Castañeda y Vicente Fox en el pasado y por Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador en el presente. La pregunta a cualquiera de ellos es qué proyectos, a qué regiones, en qué sectores, cómo hacerlo, para que la corrupción, la burocracia o los sindicatos no devoren el esfuerzo.

Evo sabe que quiere socios pero igual que en México, años 70, probablemente no sepa qué hacer para administrar la abundancia que le traería una explosión en la inversión en energía si encuentra el justo medio para que sus potenciales socios se sientan cómodos teniendo al estado boliviano como socio. Y como México, otra vez años 70, la estrategia de apalancamiento del crecimiento basada en los hidrocarburos no es necesariamente un camino llano. Se parece más bien al tablero de serpientes y escaleras. Pero aún si Evo, el Presidente Morales, no sabe todavía cómo haría lo que quiere hacer con la renta gasera, cuando menos, por ahora, ya sabe más que la oposición mexicana.