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Nucleoeléctricas, ¿no hay de otra?

Si México optara por la eficiencia energética, podría satisfacer toda la demanda energética que requeriría su crecimiento poblacional y económico de los próximos seis años y aún quizás hasta de los dos siguientes sexenios.

JOSÉ ARIAS CHÁVEZ*

Se ha difundido la noticia de que antes del final del gobierno foxista se pretende dejar asegurado el compromiso de la licitación de una nueva (o quizá más) plantas nucleares, ya que, se dice, la creciente demanda de energía eléctrica lo hace necesario.

Siempre se ha alegado, con ligeras variantes de las modas de la época, que el que México entrara en la era nucleoeléctrica era un imperativo virtualmente inexorable, lo mismo para superar su anticuada dependencia de los hidrocarburos que para satisfacer las crecientes necesidades del acelerado desarrollo y entrar a la modernidad, ahora con la novedad de que las nucleoeléctricas son la solución al efecto de invernadero y consecuente cambio climático porque no echan humo.

En efecto, desde los tiempos del desarrollo estabilizador del también llamado Milagro Mexicano, se aducía que el crecimiento económico en aquellos tiempos de casi un 6 por ciento sostenido, hacía imprescindible un crecimiento de entre 8 y 10 por ciento de la capacidad eléctrica.

Después se encontró más cómodo comprar simplemente plantas termoeléctricas que, por su plazo de terminación más rápido, se adaptaban con más flexibilidad a las necesidades del desarrollo del país. En este contexto también se habría justificado la primera central nuclear, además para que México no se quedara atrás y fuera adquiriendo experiencia en un campo que seguramente dominaría el futuro. La triste historia de Laguna Verde con su enorme serie de retrasos, modificaciones, cambios de contrato y conflictos que plagaron sus larguísimos 20 años de construcción hasta su entrada en operación en 1988, obviamente fue una dura excepción a esas expectativas.

Aparte de que las tasas de crecimiento poblacional, económico y también energético del país han venido decreciendo en los últimos 25 años, hoy sin duda existen opciones, alternativas y sistemas que representan mejores soluciones a un problema que en realidad no existe.

Si echamos una rápida mirada al panorama energético mundial, veremos que virtualmente no existe ningún programa energético importante que contemple significativo incremento de nuevas centrales nucleares para producir electricidad. En los Estados Unidos no ha entrado en operación ninguna nueva instalación nucleoeléctrica comercial desde 1978. España, que alguna vez quiso emular a su vecina Francia, virtualmente ha frenado todo programa nucleoeléctrico y abiertamente ha abrazado la causa de la energía renovable como lo han hecho casi todos los países de la Unión Europea. La propia Francia, que se aferró tercamente a la opción nuclear, bien a bien no sabe como desembarazarse de lo que ella representa, mientras que sus vecinos como Italia o Alemania tienen virtuales moratorias nucleares hace dos décadas. Rusia y sus ex satélites quedaron más que escarmentados tras su Chernobil de hace 20 años. Inglaterra no logró privatizar sus nucleoeléctricas y no contempla incrementarlas, mientras que Suecia, a pesar de los cambios de gobierno hacia los conservadores, en los hechos no ha cancelado su programa para desmantelar poco a poco sus plantas nucleares y en todos los casos la alternativa energética de sustitución son las fuentes renovables de energía como el viento, el sol, la geotermia, la biomasa y aún la energía de las olas y las mareas.

México, gracias al legado petrolero de Cárdenas, se ha quedado retrasado en estas materias durante el último cuarto de siglo y dormido en sus laureles. Ahora, apenas está despertando con el ocaso de Cantarell y el balde de agua helada que implican los crecientes precios del gas natural. De hecho, México debería, como lo están haciendo todos los países desarrollados a los que pretendemos emular, abocarse a un verdadero programa integral e integrado de energía y de diversificación de energéticos, en cuyo primer lugar inclusive no estaría ningún energético en particular, ya que la opción peso a peso más redituable –o sea, la del mejor costo-beneficio– es simplemente el ahorro y uso eficiente de la energía. El actual uso despilfarrador, irresponsable y abusivo de la energía en México nos deja tanta tela de donde cortar, con la que –sin que esta sea una afirmación ignorante o irresponsable– bien podríamos satisfacer toda la demanda energética que requeriría nuestro crecimiento poblacional y económico de los próximos seis años y aún quizás hasta de los dos siguientes sexenios.

No obstante que ello sería lo más sensato, además de sencillo y asequible a costos reducidos, habría que empezar a incursionar en serio –no sólo en elitistas laboratorios o plantas piloto de juguete– en las fuentes renovables de energía y sus aplicaciones más prácticas e inmediatas, como las que para el caso de nuestro país lo serían en ese orden de prioridad: la eólica, la geotérmica, la biomasa y la solar. De este modo, casi por más de medio siglo sería innecesario recurrir a la problemática opción nuclear que hoy sólo encubre, en algunos países, sus potenciales ambiciones bélicas, que actualmente están tan de moda. ¿O habrá todavía alguien a quien asuste el espantajo de la inminente carencia eléctrica?

* Profesor del Programa de Energía de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. (josex3@todito.com).