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En casa del herrero, azadón chino

 

La palabra del primer supervisor debe ser la ley
para evitar la dilución de responsabilidades.

 

Mario HernÁndez Samaniego*

 

Me pregunto si los chinitos importan refacciones para su industria. La respuesta,  me atrevo a decir, es que no. ¿Y por qué no? Porque prefieren dar de comer a su gente.

En los años cincuenta, si no mal recuerdo, se instituyó en Petróleos Mexicanos  el precursor de la “piratería,” el entonces llamado “Programa de Sustitución de Importaciones”, también conocido como “Ingeniería Inversa” (copiar lo mejor de otros) que en su tiempo dio fenomenal éxito a Japón y que ahora lo da a China, conduciéndolos a un desarrollo tecnológico de primera magnitud. En Pemex, la ingeniería inversa consistió en fabricar en talleres de la propia institución refacciones y componentes de equipos y maquinaria para establecer las técnicas necesarias para su fabricación, y una vez dominadas dichas técnicas,  trasladarlas a talleres privados a quienes se adjudicaba su manufactura, con beneficio para todos: los talleres generando empleos y utilidades, el supremo gobierno impuestos y Pemex desarrollando tecnología y refaccionamiento oportuno y económico.  Si los japoneses lo hacían,  ¿por qué los mexicanos no?

Pero no faltaron legisladores y burócratas que empeñados en buscar la gloria eterna decidieron que había que suprimir esos maridajes inmorales y formalizar un proceso de contratación a prueba de corrupción. Como resultado, se frenó el  nefasto “arrejunte” y se cayó en la impecable (¿?) práctica de la licitación con fabricantes extranjeros y proveedores nacionales importadores mediante procedimientos sujetos a toda suerte de maromas y piruetas burocráticas de las  que resulta más caro el caldo que las albóndigas. Un par de ejemplos ilustran el proceso:

Pemex fija las especificaciones de determinada compra, pero tiene buen    cuidado de que sólo uno de los posibles concursantes pueda cumplir un determinado requerimiento, y con eso se descarta técnicamente a los demás concursantes. Claro, habrá inconformidades de los perdedores ante la Secretaría de la Función Pública y dicha entidad tendrá que enfrentar a los ingenieros de Pemex y al concursante “ganador,” y en pocos casos se da lugar a la inconformidad y cuando eso sucede el inconforme tiene que encarar el enojo de los técnicos de Pemex y esperar malas caras en el siguiente concurso. Todo esto independientemente de que se alienta la corrupción de dichos técnicos y,  obviamente, de la jerarquía que los obliga a someterse. Y los proveedores se ajustan a la realidad o se quedan sin pedidos.

 

Otro ejemplo es el caso del proveedor que ofrece calidad por encima del mínimo que exige Pemex y que por este motivo o sinrazón queda descartado en la evaluación económica. Vale asegurar que en instalaciones multimillonarias cuya buena operación y rentabilidad a largo plazo dependen en gran medida de la calidad de sus componentes, no debe sacrificarse calidad en aras de ahorros injustificados, pero esa es la ley aún a sabiendas del precio que se paga por la operación menos que óptima de la planta. 

Es demasiado bien conocida la epidemia de mal de Parkinson que azota a los mantenedores a la hora de firmar un contrato de compra, contrato que los jefes lógicamente delegan en los subalternos quienes en no pocas ocasiones son suspendidos. De todo esto resultan, aparte de posibles daños, subejercicios presupuestales y  retrasos en los trabajos. En resumen, ni se ahorra dinero ni se evita la corrupción ni se salvaguarda la integridad física de las instalaciones ni mucho menos se promueve la industria nacional.

¿Y qué decir de los grandes proyectos? En proyectos de gran envergadura se exige a los contratistas en las licitaciones capital y experiencia exagerados… y también que cuenten con financiamiento del extranjero. Resultado: otorgamiento a extranjeros o en el menor de los males, a alianzas con extranjeros que aprovechan viaje para incorporar equipos, maquinaria y materiales de fabricación y mano de obra de su país de origen. (ejemplos: 400 soldadores coreanos en la reconfiguración de la refinería Cadereyta, albañiles italianos en Tula, electricistas alemanes en Madero). Baste recordar que las refinerías y las plantas petroquímicas fueron diseñadas y construidas por contratistas mexicanos bajo supervisión directa de ingenieros de Pemex.

Pero claro, hubo que acabar con esta práctica,  haciendo desaparecer al área de Pemex que ejercía la función supervisora desde ingeniería hasta construcción y puesta en marcha. Existe actualmente una dirección corporativa de proyectos que no es más que débil remedo de lo que fue aquélla todopoderosa que dominaba con mano de hierro a los contratistas, que por cierto eran por especialidad y no mil usos como contemplan los contratos mal llamados llave en mano que obligan al contratista a adivinar cuánto, cómo y cuándo va a terminar todo el proyecto. En contraposición a esto, la contratación por especialidad (precio unitario) daba mayor seguridad al cuánto, cómo y cuándo. Se trataba de contratistas medianos a pequeños, muy capaces, responsables, mexicanos y sobre todo a merced de la mano dura del supervisor perdonavidas de Petróleos Mexicanos.

Aun viven muchos de esos supervisores y existen también los contratistas por especialidad.  Bien vale preguntar por qué no aprovecharlos para generar los empleos que tanta falta hacen y dar nuevos bríos a los empresarios mexicanos que fabrican equipos y materiales, que saben construir y que saben hacer ingeniería.

En apretado resumen, la reglamentación de obras y adquisiciones ha conducido a corrupción, desrespon-sabilización de ingenieros, demoras y a subejercicios  presupuestales y, conse-cuentemente, a pérdida de tiempo en la puesta en operación y aprovechamiento de instalaciones de gran inversión. Todo esto en aras de supuestamente controlar costos y tiempos, garantizar operabilidad y evitar manejos chuecos. Ninguna de esas cosas se da. Ejemplos flagrantes: la reconfiguración de las refinerías de Cadereyta y Madero.

Es necesario modificar la reglamentación, otorgar contratos con base en precios unitarios que constan en estadísticas y que, conjuntamente con los currícula y seriedad de los contratistas, permiten comparar propuestas y frenar corrupción y, desde luego, supervisión directa de ingenieros de Pemex en la que la palabra del primer supervisor es la ley para evitar dilución de responsabilidad.

Así también las compras deben favorecer a fabricantes y proveedores mexicanos y su inspección quedar también  bajo la responsabilidad de ingenieros de Pemex. Todo esto obliga a que el financiamiento, cualquiera que sea su origen, sea directamente a Pemex, no al contratista. Con esto, el financiamiento se convierte en instrumento de presión y, a la vez, de beneficio para contratistas y proveedores.

 

*Fue subgerente de petroquímica y gerente de refinación de Petróleos Mexicanos (Pemex). Laboró en la empresa durante 30 años. Es miembro del Grupo de Ingenieros Pemex Constitución del 17.

 

Energía a Debate es una revista bimestral de análisis y opinión de temas energéticos,
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