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Memorándum confidencial

MARIO HERNÁNDEZ SAMANIEGO*

Estimado Peter:

Entiendo tu preocupación por la lentitud con que marchan nuestros asuntos en México, pero tú y los otros consejeros deben entender que en ese país los asuntos petroleros no se mueven con la velocidad a que estamos acostumbrados. Además, deben quedar advertidos de que es de vital importancia la mayor discreción posible en nuestras comunicaciones tanto internas como externas sobre estos asuntos.

Voy a anotar algunos antecedentes históricos y escenarios actuales que bosquejan el escenario que enfrentamos y que dejan ver por qué nuestras acciones requieren de manejo delicado y “timing” preciso. Me remonto a la época en que las empresas petroleras extranjeras disfrutaban de concesiones muy atractivas en la explotación del petróleo mexicano y maximizaban utilidades mediante la explotación acelerada de los yacimientos –lo cual para nosotros es práctica operativa normal en el extranjero– pero que, como veremos, tiene serias implicaciones en el caso de México.

Paralelamente con la extracción del petróleo, dichas concesionarias integraron sus operaciones construyendo refinerías e instalaciones complementarias de almacenamiento y transporte. Todo marchó viento en popa hasta que la codicia se apoderó de los administradores, quienes se dejaron llevar a un conflicto obrero-patronal que no quisieron resolver adecuadamente y que desembocó en la expropiación de los bienes de sus respectivas empresas en 1938. De ahí la creación de Petróleos Mexicanos al cual se encomendó la administración de la industria petrolera nacionalizada. En consonancia con los principios rectores de esa institución, se ofrecieron energéticos a bajo precio, se promovió la petroquímica, tanto estatal como privada, y se descubrieron yacimientos que se explotaron esencialmente para satisfacer la demanda interna.

Sin embargo, en las últimas décadas estos logros se han ido desvirtuando por la incapacidad del fisco para recaudar los recursos necesarios y se ha tomado a Pemex como máximo aportador al erario. Como consecuencia de dicha política, escasean y se encarecen los petrolíferos y se obliga a Pemex a explotar irracionalmente los yacimientos para acrecentar la exportación de crudo y frenar exploración y desarrollo, lo que ha mermado alarmantemente las reservas probadas del país.

Esta situación ha generado aprensión abierta de las autoridades petroleras y gubernamentales y abre la puerta a considerar medidas urgentes tales como contratos riesgo en la explotación de los potencialmente ricos yacimientos que subyacen al Golfo de México. Como tú sabes, de tiempo atrás hemos venido haciendo labor de convencimiento con dichas autoridades, pero se interponen obstáculos de orden histórico e ideológico y jurídico que aún tendremos que superar.

Uno de esos obstáculos es el rencor que surgió de la explotación despiadada del petróleo y de los trabajadores en la época de las compañías. Ese rencor cundió hasta los estratos más humildes de la población y dio lugar al sentimiento de que el petróleo es de los mexicanos y para su exclusivo beneficio. Persiste ese sentimiento entre la mayor parte del pueblo y particularmente entre ciertos legisladores y grupos de profesionistas dentro y fuera de la industria energética, y se expresa en la aversión tajante de cualquier alianza que implique intervenir en la explotación del petróleo, y menos aún en compartir la producción.

De todo esto se desprende que nuestra misión es hacer lo posible por desaparecer ese sentimiento. Debemos convencer a quienes se oponen a los contratos riesgo que, dada la situación de la industria y del país, a querer o no, la única solución es pactar alianzas de producción compartida. Muchos funcionarios de Pemex y del gobierno apoyan ese criterio, pero enfrentan fuerte resistencia de legisladores y grupos civiles interesados en desecharlo. Hemos repetido insistentemente que si no se toman las medidas conducentes a lograr el apoyo de las grandes petroleras, la industria y el país van a pagar muy cara su obstinada insistencia en el beneficio exclusivo del petróleo para el pueblo de México. Sin duda, parte medular de nuestra estrategia debe ser desestimar alternativas que impliquen compartir la propiedad del petróleo producido, creando un sentimiento de frustración en la sociedad que obligue a las autoridades a tomar acción a favor de nuestro planteamiento, que es simple: perforar pozos en aguas profundas sin inversión de Pemex, corriendo por nuestra cuenta el riesgo a cambio de una justa proporción de la producción, si la hay.

La estrategia también contempla agotar recursos económicos de Pemex que pudieran emplearse en perforaciones en aguas profundas, alentando decididamente la perforación en yacimientos terrestres de pobre rendimiento. Chicontepec, por ejemplo, donde se gastan 500 millones de dólares en pozos que promedian no más de 200 a 300 barriles por día. Con esa inversión –y otras inversiones igualmente improductivas– se acelera el agotamiento de reservas y se merman recursos que pudieran dedicarse a contratos de perforación de pozos en el Golfo de México, pagados en efectivo y sin comprometer producción. Paralelamente, debemos seguir alentando la máxima explotación de los yacimientos actuales para saciar a un fisco voraz y, al mismo tiempo, agotar las reservas más rápidamente y conducir obligadamente a contratos riesgo. Pero a la hora de hablar del reparto, no aceptaremos limitaciones al ritmo de producción. Estamos en el entendido de que debemos amortizar nuestra inversión lo antes posible.

Para nadie es secreto que las refinerías de Pemex no cubren la demanda de petrolíferos y que las importaciones se hallan por encima del 30 por ciento de la demanda y siguen creciendo. A nosotros nos conviene construir y operar refinerías en México, no sólo para aprovechar esa demanda insatisfecha, sino para cubrir demanda también insatisfecha en nuestro propio país. Si queremos abrir la industria, no debemos dejar de enfatizar el hecho de que el precio de las importaciones va a seguir creciendo. De esto ya hemos hablado con funcionarios mexicanos y existe buena disposición por parte de ellos. Desafortunadamente, existen trabas legales previstas en la Constitución que hay que superar, pero tenemos la opción de recurrir a nuestras autoridades para ejercer la influencia que se llegara a requerir.

Obviamente exigiremos que el diseño y construcción de dichas refinerías lo lleven a cabo empresas asociadas a nosotros que empleen equipos y materiales de manufactura de nuestros compatriotas, y desde luego en que la mano de obra especializada y la supervisión y la operación queden a nuestro cargo. Huelga decir que seguiremos desalentando las intenciones de algunos funcionarios que insistan en que Pemex puede obtener los recursos financieros para construir dichas refinerías por cuenta propia empleando diseño, construcción y suministros nacionales mexicanos.

Como táctica también obligada debemos desalentar todo esfuerzo orientado a sacar el máximo provecho de la capacidad instalada de las actuales refinerías. Es importante esto porque incrementar el proceso de las refinerías automáticamente reduce las importaciones, lo cual, a su vez, reduce resistencia económica y política a la construcción de nuevas refinerías.

En cuanto a la problemática laboral, éste es un punto que aún no abordamos, pero queda claro que no estamos dispuestos a contratar con un sindicato capaz de repetir las acciones que condujeron a los acontecimientos de 1938.

La petroquímica es otro renglón importante que hay que tratar con pinzas. Pemex y el gobierno tuvieron demasiados descalabros en intentos por privatizarla, cuando todavía era buen negocio para el país. (De hecho, lo sigue siendo, aunque los funcionarios insistan en que no). Han tenido buen cuidado en bañarla de tinta roja y de bajar su producción a la mitad, lo cual encaja cabalmente en nuestra estrategia porque si es “mal negocio”, como Pemex se empeña en demostrar, nosotros estamos más que listos para tomar posesión de ella. Las instalaciones necesariamente tienen que ir acompañadas de reducciones importantes de precio de la materia prima y de garantía de suministro a largo plazo.

Tenlo por seguro que habrá opositores quienes seguirán insistiendo en que la petroquímica estatal es un disparador de múltiples industrias privadas y que debe actuar en consecuencia, pero nosotros debemos darle largas al asunto. No hay que olvidar que el terreno está preparado desde hace más de diez años con las modificaciones a la legislación que prácticamente permite acabar con la petroquímica estatal.

Por el lado del gas natural, ya habrás observado que la importación crece y crece y la producción no alcanza, con todo y los contratos de servicios múltiples. Es un hecho que hemos venido ayudando a México, vendiéndole gas producido en nuestro país a expensas de nuestras propias reservas que también tienden a agotarse. Esto debería obligar a México a emplear otros combustibles para generación eléctrica, pero, paradójicamente, no nos conviene que lo haga. México tiene buenas perspectivas de encontrar yacimientos de gas no asociado y asociado y nuestra idea es que le induzcamos a encontrarlos y explotarlos en beneficio de ambas partes. Y para impulsarlo, ¿qué mejor que promover más y más plantas de ciclo combinado? De esa forma, se agota más rápidamente el gas y forzamos a México a aceptar más rápidamente nuestra ayuda.

Por último, no nos conviene oponernos a que Pemex tenga mayor autonomía de gestión. Con base en recomendaciones de consultores extranjeros se ha abultado el mando superior de Pemex, aumentando de 40 a cerca de 1,200 funcionarios en un lapso de diez años, la mayor parte proveniente de organizaciones ajenas a la industria petrolera. Ante esto, es de esperarse que la autonomía de gestión, en vez de generar mejoría en Pemex, contribuya al caos técnico y administrativo, lo que acabaría favoreciendo nuestros proyectos.

Resumiendo, la industria petrolera en México es cada día más desordenada, tal como nos conviene, pero todavía hay grupos dentro y fuera del gobierno que sospechan que el desorden es maquinación nuestra y de nuestras autoridades. Por eso, aunque vamos por buen camino, debemos seguir operando con mucha prudencia.