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Una nueva refinería, decisión impostergable

La construcción de una nueva refinería sería un apoyo para un mejor modelo de política fiscal, económica y energética en el país, y para una nueva visión de política comercial con el mundo.

JOSÉ BECERRA O’LEARY*

¿Cómo explicar que una potencia petrolera como México tenga que importar la tercera parte de los combustibles que mueven su parque vehicular y aparato productivo? ¿Acaso existe una explicación racional que en aras del bien nacional justifique tan aberrante situación?

Se puede responder a estos cuestionamientos involucrándose en un recuento de los yerros y atentados de los que Petróleos Mexicanos (Pemex) ha sido víctima durante los últimos 20 o 30 años, pero no es tal el propósito de este artículo. Mirar hacia atrás carece de sentido, cuando la urgencia y lo verdaderamente importante es cómo encarar el tremendo reto que significa devolver a nuestro país la natural autosuficiencia en combustibles a la que está obligado, merced a los todavía vastos recursos petroleros de que disponemos.

Se trata, una vez más, de que a partir de las amargas lecciones que la historia, la geopolítica y la economía nos han dado, miremos hacia delante y aprovechando la oportunidad que representa la próxima renovación gubernamental, incorporemos, en la agenda de asuntos vitales del sexenio 2007-2012, la construcción de al menos una nueva refinería en suelo nacional.

El proyecto no es nuevo. En cualquier oficina de Pemex, la Secretaría de Energía, de Economía; en el Congreso, en los Pinos e inclusive en la propia Secretaría de Hacienda, se ha tratado el tema en múltiples ocasiones y no hay quien no reconozca la imperiosa necesidad de ampliar nuestra capacidad de refinación. Sin embargo, su justificación técnica, financiera y estratégica, por demás clara, no ha logrado imponerse a los intereses cortoplacistas de quienes prefieren el pronto retorno y la rentabilidad de un peso invertido en producción y exportación de crudo, a un peso invertido en refinación.

Invertir en perforación y producción de crudo para la exportación, que no en exploración, cuando los precios internacionales se han comportado extraordinariamente a la alza, ha resuelto con creces los problemas de flujo de las finanzas nacionales. Sin embargo, el costo real de tal desmesura, sobre todo si tal política no se corrige pronto, aún no lo percibimos, pero podría rebasar las expectativas más pesimistas aun en el corto plazo, sobre todo, cuando el mundo es cada vez más convulso, competido y altamente dependiente de la energía proveniente de los hidrocarburos.

A continuación, algunas razones y/o cuestionamientos, que corresponderá al próximo titular del ejecutivo federal y el equipo que lo acompañe, valorar respecto al “por qué sí” es conveniente no diferir más la ampliación de nuestro Sistema Nacional de Refinación.

  • Los recursos para construir una refinería con capacidad de producir al menos 150,000 barriles diarios de gasolinas y diesel representaría una suma de aproximadamente 40 mil millones de pesos distribuidos en 4-5 años, cantidad menor a los beneficios provenientes del sobreprecio al que Pemex ha exportado, tan sólo en el primer semestre del 2006.
  • Acorde a las expectativas que señalan los expertos, nos esperan varios años más de precios altos en el mercado internacional de crudos, lo cual seguirá significando para México recursos adicionales perfectamente canalizables a las nuevas inversiones productivas que Pemex demanda. En términos exclusivos de disponibilidad de recursos, no habrá pretexto, como no los hubo para canalizar una suma mayor al reciente prepago de deuda externa.
  • Agregar valor a la materia prima de que se dispone, es una de las primeras lecciones de economía en cualquier parte del mundo. ¿Por qué seguir empeñados en exportar crudo para después importarlo convertido en gasolinas, subvencionando así el desarrollo de terceros? Tal contrasentido atenta no sólo contra la lógica más elemental, sino contra el futuro de la propia empresa. Por si este argumento meramente conceptual no bastara, habrá que considerar que el crecimiento del mercado nacional de combustibles crece aproximadamente 1 punto porcentual por arriba del PIB cada año, lo cual significa que, aún manteniéndose los bajos índices de crecimiento en el país, la demanda de gasolinas crecería 4% anualmente, lo que nos llevaría a tener que doblar el monto de nuestras actuales importaciones antes de que finalizara la próxima administración. Como se ve, aún en escenarios conservadores, el mercado mexicano de combustibles es un buen negocio. Entonces, ¿por qué no aprovecharlo integramente en beneficio de Pemex y los mexicanos?
  • Casi la totalidad de nuestras exportaciones de crudo se destinan a los Estados Unidos y casi la totalidad de nuestras importaciones de gasolina provienen igualmente de nuestro vecino del norte. ¿Por qué mantener oficiosamente un esquema comercial tan oneroso para la economía nacional y tan peligroso para la propia seguridad y sustentabilidad energéticas de México? El huracán Katrina del año pasado y las frecuentes guerras y conflictos que el gobierno norteamericano acostumbra propiciar, a propósito del petróleo, han mostrado la nada remota posibilidad de desabasto, cuando en las instalaciones de Pemex solo se cuenta con reservas de combustibles para dos o tres días. Romper tal dependencia, cuando se tiene todo para hacerlo, no sólo sería un acto de resguardo a la soberanía, sino de sentido común.
  • Empezar a canalizar parte de los petrodólares hacia nuevas inversiones productivas en Pemex, como sería el caso de una nueva refinería, representaría igualmente una señal inequívoca de que al fin “vamos en serio” por la reforma fiscal y la autonomía de gestión tan pregonadas recientemente. En efecto, mostraría un cambio sensible en materia de política energética, muy alentador sin duda para múltiples sectores de la economía nacional, pero además, permitiría “empezar a forzar” una gradual despetrolización de las finanzas públicas, ya que es claro que un peso adicional que se tome de los ingresos petroleros para modernizar y acrecentar los activos de Pemex, particularmente en refinación, es un peso que la Secretaría de Hacienda dejaría de recibir, lo cual implicaría, venturosamente, y por simple necesidad compensatoria, a un obligado mejoramiento de nuestro actual sistema recaudatorio.

Por lo anterior, se podrá apreciar que aprobar la construcción de una nueva refinería en las costas del Pacífico norte, en Tuxpan, Veracruz, ó en Salina Cruz, Oaxaca, donde más convenga, va más allá de la simple autorización de un nuevo proyecto desde el punto de vista técnico o financiero. Su autorización tiene que ver con el modelo de política económica y energética que deseamos darnos para los próximos años. Tiene que ver con una nueva política fiscal que incentive el crecimiento económico, y con una nueva visión de las relaciones comerciales con el mundo, especialmente con los Estados Unidos, que verdaderamente posicione a México como jugador serio y competitivo. Por ello, la decisión de construir una nueva refinería deberá ser una decisión impostergable para el nuevo presidente de México.

*Licenciado en Administración de Empresas por la UNAM, con amplia experiencia en diversos campos de la administración pública. Durante 2003-05 se desempeñó como Coordinador Ejecutivo de Programas Estratégicos de Pemex Refinación, donde impulsó el proyecto Cogeneración a partir de Residuales en Pemex Refinación. Es asesor de diversas entidades públicas y privadas en temas económicos y energéticos (jobecerrao@yahoo.com.mx).